sábado, 9 de febrero de 2008

viernes, 8 de febrero de 2008

La xenofobia del señorito

El partido que metió a la mayoría de los inmigrantes en España, cortos de papeles y aún más de derechos, ha descubierto los réditos electorales de apelar a los miedos del sector más asustadizo y mediocre de la sociedad. En su inacabable deriva a la ultraderecha, el mismo Ministro del Interior al que "se le colaron" unos cuantos millones de trabajadores precarios propone ahora un ridículo contrato según el cual los extranjeros tienen que adaptarse a las costumbres españolas. De su España, claro: la trabucaire, obispal, mesetaria, garbancera y provinciana; la del señorito del Círculo de Agricultores que critica a los trabajadores porque blasfeman, se emborrachan y huelen mal.

No es ningún secreto que las personas (de cualquier origen) que ocupan los segmentos más bajos de la escala social sufren como consecuencia fenómenos de exclusión (que, en el caso de los extranjeros, se manifiestan como fenómenos de no integración). Tampoco es ningún secreto que las personas próximas a la exclusión o sumidas en la misma tienden a concentrar mayores tasas delictivas, por motivos más que obvios. Y sólo un imbécil deja de comprender que la xenofobia es la reacción de los más temerosos e inseguros ante un poco de estas obviedades y un mucho de leyendas urbanas, alguna de las cuales lleva dando vueltas desde los años '20.

Por eso, las personas y los partidos responsables toman estas inquietudes más o menos legítimas con un grano de anís y no contribuyen a alimentar esta pelota de medias verdades y mucho asustachicos. En España, hasta ahora. Porque a partir de ahora, uno de los dos grandes partidos, el mismo al que "se le colaron" tres millones y medio de inmigrantes, ha decidido recurrir al populismo tremendista de Jean-Marie Le Pen o, en versión más castiza, España 2000 y Democracia Nacional.

La oposición del PP en la legislatura 2000-2004 pasará a la historia como el singular proceso mediante el cual un partido "de sistema", perfectamente integrado en las estructuras de la España democrática, ha ido calumniando e intentando destruir a todas las instituciones democráticas cual grupúsculo marginal: la judicatura, la policía, la guardia civil, los servicios de inteligencia, la Monarquía, el resto de formaciones políticas, todas las asociaciones de víctimas del terrorismo menos la suya, la política antiterrorista, la imagen exterior de España y mil más. La guinda de este recorrido hacia un fascismo perfectamente típico es la asimilación del discurso xenófobo ultraderechista: el "compórtate o lárgate" del SVP/UDC suizo, próximo al lepenismo. En cierto modo, me parece bien. Entre la nota obispera de la semana pasada y este giro fascista, ahora ya va quedando claro qué nos jugamos el 9 de marzo.

Estas han dejado de ser unas elecciones corrientes. A veces odio tener razón (y también aquí).

viernes, 1 de febrero de 2008

La araña negra

Hoy, el obispero del PP ha hecho algo no por esperado menos espectacular: por primera vez en la historia de la democracia, se ha permitido dirigir abiertamente el voto de sus creyentes y de la ciudadanía en general. La nota de la Conferencia Episcopal papista es tan artera y maliciosa como todos los actos de un clero que ha escrito las páginas más negras de la Historia de España: carentes de la dignidad, estatura y valentía suficientes como para llamar a las cosas por su nombre, recurren al viejo truco de aquél alcalde que convocó una oposición municipal puntuando al candidato por su color del cabello, su estatura y el lugar donde cursó sus estudios.

Así, el obispero ha llamado a votar contra quienes negocien con ETA (no, Aznar no está incluido) o pacten con los nacionalistas ajenos a la cuerda beata; contra quienes hayan aprobado el matrimonio homosexual, la ley de la memoria histórica, el respeto a todas las clases de familia y la educación ética para la ciudadanía; contra el derecho al aborto y a la eutanasia; y en general, contra cualquiera que no siga ciegamente sus delirios medievales. Y por supuesto, a favor de quien les baile la tridentina agua. Que es, obviamente, el PP y quizás algún sector de CiU o el PNV.

Bien, quiero decir una cosa. La Iglesia Católica está en su pleno derecho de hacerlo. Esto es una democracia.

Al hacerlo, la Iglesia deja definitivamente de ser un operador religioso para convertirse en un agente político.

Desactiva así definitivamente el argumento tramposo de "si no sois creyentes, ¿por qué os importa tanto la Iglesia?". Bueno, pues es obvio: porque la Iglesia hace política, y la política nos afecta a todos. Después del día de hoy, la Iglesia Católica de España debe aceptar democráticamente las adhesiones y reacciones naturales que caracterizan a los agentes políticos. Ya no le vale escudarse en que cualquier crítica a sus acciones constituye anticlericalismo o persecución religiosa. En política se está a las duras y a las maduras.

Hoy, la Iglesia se ha manifestado como un asunto de todos, porque de todos es la democracia, el estado y la política. Al igual que sus dirigentes y militantes. En democracia, tenemos derecho a saber quién, qué y cómo está detrás de cada uno de los mecanismos del poder, y en qué condiciones, por si acaso constituyeran privilegios.

Hoy, la araña negra de que habló Blasco Ibáñez ha enseñado de nuevo los quelíceros con que viene envenenando a la sociedad española desde tiempo inmemorial. Pero ahora ya no estamos en los tiempos de Fernando VII, ni de la débil Primera República, ni en las tiranías que crearon y que todo les permitieron, ni de la acosada Segunda República. Ahora estamos en una democracia moderna, y tenemos derecho a exigir que, junto a los quelíceros, muestre también sus extremidades siniestras: las ocho patas arácnidas que se hunden en la educación, en la judicatura, en los negocios, en los medios de comunicación, en los partidos, en las confederaciones empresariales, en las asociaciones y en el estado. Como agente político que es, y por tanto, asunto de todos.

Hoy, la araña negra debe aceptar que surjan movimientos democráticos destinados a arrancar finalmente sus patas de los mecanismos de la sociedad española y a embotar esos quelíceros ponzoñosos.

Hoy, la Iglesia Católica de España me ha dado cuatro alegrías. Una a corto, otra a medio, otra a largo y otra al fondo. Atrapados en su mundo fantasioso de dioses psicóticos, milagros absurdos, vírgenes paridoras y santos que queman gente, no se han dado cuenta de cosas que hasta el más estúpido de los sociólogos sabe.

El tiempo lo mostrará.