sábado, 2 de junio de 2007

Moncayo

Vuelvo de currar por Valladolid y ahora mismo estoy al pie del Moncayo, la montaña más alta del Sistema Ibérico. Es un lugar impresionante, que te hace sentir muy, muy pequeñito. Por la parte de Ágreda, desde la autovía, se pueden distinguir aún las inconcebibles fuerzas telúricas que rompieron la tierra hace 65 millones de años, plegando y retorciendo el mismo suelo que pisamos hasta parir al gigante. Por donde estoy, en San Martín de la Virgen del Moncayo, el camino es simplemente hacia arriba, hacia arriba, hacia arriba, entre valles casi helvéticos, hacia el lugar donde la cumbre se oculta tras las nubes y puedes tocar el infinito en las regiones del aire que, de tan puro, ya es raro.

Un camino forestal me llama: “al Moncayo”. Querría acudir, pero voy con la furgona de la empresa –o sea, del jefe–, desconozco si el camino es bueno o malo y claro, no es plan. Ocasiones habrá, aunque sea más tarde de lo que imaginas, etcétera.

Yo no es que crea mucho en esas cosas de los lugares de poder, pero en sitios como éste, casi casi se puede sentir en los repliegues de la piel.

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