viernes, 8 de febrero de 2008

La xenofobia del señorito

El partido que metió a la mayoría de los inmigrantes en España, cortos de papeles y aún más de derechos, ha descubierto los réditos electorales de apelar a los miedos del sector más asustadizo y mediocre de la sociedad. En su inacabable deriva a la ultraderecha, el mismo Ministro del Interior al que "se le colaron" unos cuantos millones de trabajadores precarios propone ahora un ridículo contrato según el cual los extranjeros tienen que adaptarse a las costumbres españolas. De su España, claro: la trabucaire, obispal, mesetaria, garbancera y provinciana; la del señorito del Círculo de Agricultores que critica a los trabajadores porque blasfeman, se emborrachan y huelen mal.

No es ningún secreto que las personas (de cualquier origen) que ocupan los segmentos más bajos de la escala social sufren como consecuencia fenómenos de exclusión (que, en el caso de los extranjeros, se manifiestan como fenómenos de no integración). Tampoco es ningún secreto que las personas próximas a la exclusión o sumidas en la misma tienden a concentrar mayores tasas delictivas, por motivos más que obvios. Y sólo un imbécil deja de comprender que la xenofobia es la reacción de los más temerosos e inseguros ante un poco de estas obviedades y un mucho de leyendas urbanas, alguna de las cuales lleva dando vueltas desde los años '20.

Por eso, las personas y los partidos responsables toman estas inquietudes más o menos legítimas con un grano de anís y no contribuyen a alimentar esta pelota de medias verdades y mucho asustachicos. En España, hasta ahora. Porque a partir de ahora, uno de los dos grandes partidos, el mismo al que "se le colaron" tres millones y medio de inmigrantes, ha decidido recurrir al populismo tremendista de Jean-Marie Le Pen o, en versión más castiza, España 2000 y Democracia Nacional.

La oposición del PP en la legislatura 2000-2004 pasará a la historia como el singular proceso mediante el cual un partido "de sistema", perfectamente integrado en las estructuras de la España democrática, ha ido calumniando e intentando destruir a todas las instituciones democráticas cual grupúsculo marginal: la judicatura, la policía, la guardia civil, los servicios de inteligencia, la Monarquía, el resto de formaciones políticas, todas las asociaciones de víctimas del terrorismo menos la suya, la política antiterrorista, la imagen exterior de España y mil más. La guinda de este recorrido hacia un fascismo perfectamente típico es la asimilación del discurso xenófobo ultraderechista: el "compórtate o lárgate" del SVP/UDC suizo, próximo al lepenismo. En cierto modo, me parece bien. Entre la nota obispera de la semana pasada y este giro fascista, ahora ya va quedando claro qué nos jugamos el 9 de marzo.

Estas han dejado de ser unas elecciones corrientes. A veces odio tener razón (y también aquí).

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